Difícil
reto, el ponerse a escribir la primera línea, de algo cuyo futuro es incierto.
Difícil, cuando uno piensa, que quizá en un futuro sea releído. También
difícil, cuando nos embriaga la desazón de que también quizá muera antes de
nacer.
Pero
nada nace con vocación de morir, aunque la muerte sea la mayor vulgaridad que
conoce el ser humano.
Hace
nada he leído, que todo lo que damos, nos es venido de vuelta. Así que es mucho
más conveniente centrarnos en lo que vamos a dar, que en lo que vamos a
recibir.
Vértigo,...
vértigo de fallar, de no ser bueno, incluso de no ser suficientemente bueno. De
equivocarse. Vértigo, al vértigo.
Quizá
la única forma, sea ser yo. Ser lo que uno es, y listo. Con virtudes y con
defectos que interactúan, y nos dan la Vida. Porque no somos dueños; las cosas
suceden, y punto. Aunque las hagamos nacer con vocación de ser inmortales.
Así
que, lo mejor que se me ocurre, con el vértigo que da el pensar que quizá no
sea bueno, incluso que no sea suficientemente bueno, es esto;
Hoy
miro hacia atrás, y veo 28 años haciendo astillas, y enseñando a otros cómo se
hace. Hoy veo los 3 años de lo que pretende ser este pequeño Rivendell de la
madera, y veo la utopía que ha germinado, crecido y tomado forma, hasta el día
de hoy. Una en su día utopía, que me ha llevado hasta este presente, entonces
difícilmente imaginable.
¿Qué es
la utopía? ¿para qué sirve? porque claro, uno avanza un paso hacia ella, y ella
te adelanta en diez. Y cuando uno se acerca esos diez pasos, ella entonces
avanza cien. Y cuando llegamos a esos casi imposibles cien pasos, ella camina
otros mil,.... así que, ¿para qué nos sirve caminar hacia la utopía? Pues sirve
exactamente para eso; para caminar.
A todos
vosotr@s, que amáis la madera, que habláis con ella, que la escucháis, y que
sois capaces de descubrir y entender en qué desea convertirse con ayuda de
vuestras manos,..... y con ello, conseguís, en ese momento, que se detengan
todos los relojes del mundo.
Comenzamos.